Burbujas de Champán

La prima Catalina estaba sentada en una mesa alta perdiendo la tarde cuando sintió que algo le respiró en el cuello, volteó entre asustada y molesta y se topó con los ojos de gato y la piel blanca del amor de su primera vida.  El la besó en la mejilla y se sentó enfrente como si no hubieran pasado 10 años desde la última vez que se vieron.  Pidieron una botella de aquel champán que compartieron en la universidad, más de 20 años atrás y primero se pusieron al día. El le dijo que no sabía que estaba haciendo pero que lo siguiera haciendo porque se había puesto más guapa. Ella sin querer rozó su mano y descubrió el mismo calor en esas manos blancas, de pianista. El le habló de sus hijos y después le dijo que era una pena que ella no hubiera tenido hijos, que el mundo necesitaba seres como ella, ella recordó que solo con ese hombre habría tenido un hijo, pero se conocieron demasiado jóvenes. Ella le habló de su trabajo y la paz que ha hallado en los brazos y en los ojos de su marido. El la miró con atención y añoranza. Habían pasado tantos años.  Después de ponerse al día, ya con media botella en el cuerpo, se rieron hasta la última gota y una copa más, pero ahora de champán rosa, cómo el que tomaron alguna vez antes de cambiar de vida, y sumergidos en esas burbujas recordaron cada sueño, cada escapada, cada travesura, se pidieron perdón por no estar cuando al otro le hizo falta y sobre todo se dieron las gracias. 
Al llegarse el tiempo se fundieron en un abrazo, constataron que el olor de cada uno no había cambiado, se dieron un beso en la mejilla, él le dibujó una cruz en la frente y se dijeron adiós, felices de haberse topado cualquier tarde. 

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